26.7.18

La negociación

Un hombre entrado en años -y experiencias- se encuentra sentado en el banco de una plaza, mirando seguramente hacia un pasado que no volverá, como casi todos los pasados. La tardecita que prometáa sol, terminó decantando por unas nubes grises que no pueden traer más que lluvia...

La tarde se insinuaba igual que otras tantas tardes, pero habría de suceder algo distinto, algo que estaba predeterminado que sucediera esta tarde y no cualquier otra. 

Sin esperarlo, una mujer, de cabellos rubios nacidos en el mismo sol, se sienta en el mismo banco, y de entre sus labios emerge una canción largamente olvidada, y la canta despacio, dejando la invitación para la siguiente estrofa. 

El hombre, mirando a su lado, molesto al comienzo por la invasión de su lugar y su momento, intenta recuperar de algún rincón con telarañas de su mente, esa estrofa faltante. 

 - "Las plazas siempre me recuerdan esa primera infancia de juegos inocentes y rodillas coloradas, ¿no le parece?" - dice ella sabiendo perfectamente de lo que habla. 
- "¿Disculpe? ¿Nos conocemos?" 
- "Claro, todos me conocen. Aunque algunos desearían no hacerlo". - dice ella y lo mira fijamente a los ojos. 

 El hombre estuvo a punto de pararse e irse, fastidiado, un segundo antes de mirar dentro de esos ojos. Cuando lo hizo, comprendió realmente la dimensión del problema. Y tuvo pavor. 

 - "¿Qué hice? ¿Por qué yo?" - pregunto con la voz trémula del terror. 
- "Nada. Digamos que solo tengo un capricho, como tantos otros" - contesta ella mientras enciende un cigarrillo en una boquilla infinita. 
- "¿Qué querés de mi?"
- "Lo usual. Busco almas, como siempre. No me preguntes porqué, pero la tuya me es de vital interés."

 No pudo decir nada. El miedo le apretaba el cuello y apenas le permitía respirar. El corazón desbocado, bombeaba una sangre helada por las venas.

 - "Tengo otros asuntos que arreglar, así que vayamos al grano. ¿Qué querés? ¿Querés volver a tener a tu esposa? O mejor aún, ¿a tu primer amor?"
- "Nada" - dijo él, zafando por momentos de la presión
- "Vamos... todos quieren algo, cada cual tiene su precio. Ya sé lo que vos me vas a pedir... ¡Juventud! El cuerpo ya te traiciona y te acordás de mejores tiempos.¿Pedímelo!"
- "No...quiero... nada".
- "Vos añorás otros tiempos. Sos un fantasma de otra época. ¿Preferís cantar a dúo con Carlitos... o con el Polaco? Puedo darte si querés a la Rubia Mireya o a esas rubias de Nueva York. Vos y las rubias..."
- "Por favor... dejame solo".
- "Todo puede ser tuyo, cualquier cosa. Podés volver a jugar con el trompo, verte con los muchachos del café de la esquina. Nada es imposible para mi, nada escapa a mi poder".
- "Hay... algo. Una cosa quisiera." -dijo, dudando- "Mi hijo. Hoy le compré esto en Once" -y muestra una calcomanía con una boca deforme, de la cual sobresale una lengua, signo de este y otros tiempos- "Pero no se lo puedo dar... ni siquiera puedo hablar con él. Está siempre con esos aparatos en los oidos, y no me oye. Si algo quiero, es poder hablar con mi hijo".
- "Yo puedo hacerlo, claro, siempre a cambio de tu alma".

 Belcebú extiende una fantasmal hoja, vaya uno a saber con que infernales condiciones, pero un trueno destroza el silencio y produce el milagro. El hombre, se toma del pecho, en una contorsión que le durar;a el resto de su vida. El corazón, harto de aguantar durante años los embates de la vida, se decide, indefectiblemente, por la muerte.

El cuerpo sin vida, cae lentamente hacia la rubia, quien se para y no cree lo que está ocurriendo. Mirando hacia arriba, exclama:
 - "¡ Este era mio !" - y tomando repentinamente la forma de un hermoso angel, desaparece.

Quien está dispuesto a dar el alma por hablar con su hijo, merece sin lugar a dudas, escapar de las llamas del averno.